Del Miedo de Caer a la Alegría de Volar
Trabajo presentado en el encuentro sobre “Psicoanálisis y Creatividad” (1989)
El objetivo de este trabajo es ilustrar una experiencia de descubrimiento y aprendizaje en el campo de las Artes Marciales, específicamente en la práctica del aikido. El nombre de esta disciplina significa en japonés Camino de la Armonía. La idea central del aikido es el principio de no-resistencia. El aikido presenta desde el comienzo un desafío a la imaginación; sus postulados de fluidez y armonía rompen con las jerarquías y estereotipos de poder y fortaleza aprendidos. El aikidoísta desafía exitosamente la utilidad de la fuerza física ofreciendo nuevos parámetros de poder. El fin último del aikidoísta es colocar su poder al servicio de la re-creación de la armonía, fuente de la cual mana la fuerza que se canaliza. Esta armonía es concebida coma una forma particular de “ser-estar” (to be) y conectare. El arte en sí implica un adiestramiento que compromete al cuerpo como instrumento del aprendizaje, pero es al mismo tiempo una metáfora de los múltiples desafíos que la vida nos brinda.
Tanto el aikido como la psicoterapia ofrecen una oportunidad de descubrir el potencial oculto, favoreciendo así las condiciones para la creación de nuevos recursos.
A continuación, intentaré dar cuenta de estas semejanzas.
Objetivo
El objetivo básico del aikidoísta es adquirir y mantener la coordinación armónica “cuerpo-alma-mente “, aun en situaciones de stress. Para lograr este entrenamiento, se crea una situación ficticia de “como-si”. La práctica se “juega” en parejas. Uno lanza un ataque, el otro lo neutraliza. Visto desde afuera, parece una danza cuidadosamente coreografiada, pero para los “cuerpos-alma-mentes” participantes, ocurre mucho más y más aún ocurrirá a medida que vayan avanzando en experiencia y ganando en conciencia sensible. El movimiento físico representa solamente el soporte de la energía. La central no se ve, pero se siente.
Encuadre
El objetivo del encuadre es crear las condiciones de seguridad que permitan la apertura de un espacio de descubrimiento. Para ello se necesita contar con un lugar físico apropiado. El sitio de práctica se denomina dojo, que en japonés significa “espacio de experiencia”. El dojo es efectivamente más que un lugar físico. Dice Hyams: “Un dojo es un cosmos en miniatura, donde tomamos contacto con nosotros mismos, con nuestros miedos, ansiedades, reacciones y hábitos. Es una arena de conflictos dosificados en el que confrontamos un oponente, que más que un adversario es un compañero comprometido en la tarea de ayudar a conocernos de manera más profunda”. Las prácticas son dirigidas por un instructor, que no sólo es responsable de la enseñanza, sino también de la seguridad física de los participantes. La “regla fundamental” es no resistir la dificultad, ni las caídas inherentes a los desafíos. Aprender a caer en imprescindible. El maestro debe enseñar a caer a su alumno, sostenerlo y acompañarlo en este aprendizaje.
Dimensión ética del encuadre
La integridad física y emocional del compañero de práctica es la prioridad número uno. Si se pierde el control sobre el cuerpo del otro, las características del “como si” y la armonía se rompen. Si así fuere, la integridad física ya no podría ser garantizada, el juego se convertiría en pelea y eso ya no sería aikido. Esto de poner el cuerpo a disposición de otro, que pudiendo lastimarlo no lo hace, constituye un elemento básico de la práctica, si duda comparable con la abstinencia del terapeuta en la práctica clínica.
De qué se trata
Quien arma fortaleza en la fuerza, hace resistencia. Quien hace de la vulnerabilidad instrumento, ejerce la valentía. No resistir la dificultad implica un gesto de coraje, animarse a sentir el impacto en toda su magnitud, un verdadero desafío a los parámetros tradicionalmente incorporados para medir la realidad y el alcance de nuestra potencia. La fuerza física genera las resistencias que se organizan precisamente allí donde esta ejerce su poder. Pero, claro: no resistir no significa aguantar ni someterse. La fortaleza que surge de ejercer el principio de no resistencia, nos permite acceder a la verdadera medida de nuestro poder. Dice el proverbio: “No pienses que el poder que tienes es sólo el que utilizas en la vida cotidiana, ni te quejes por tener poca fuerza; porque el poder que ordinariamente utilizas representa solamente la pequeña parte visible de un iceberg”.
En aikido, el desafío es interpretado como un regalo de energía, una oportunidad para bucear dentro de nosotros mismos. Y así como el escultor descubre la forma en la piedra, y el terapeuta, la respuesta en el síntoma, el aikidoísta devela la resolución implícita en el desafío. En el arte del aikido, el protagonista es el cuerpo, un cuerpo sensible, un cuerpo que se redimensiona a partir del cuerpo del otro. Sin embargo, no se trata de un cuerpo vacío de pensamiento, sino de un cuerpo conceptualizado como la parte visible de la mente. Un “cuerpo-alma-mente” coordinado, integrado y participante. Un cuerpo así vivenciado se hace permeable para absorber el gesto por donde atraviesa la vida. Dice Watts: “Mi cuerpo, tu cuerpo, todos los cuerpos somos el Universo Yoando”. En este cuerpo a cuerpo del aikido, la vida transcurre en un espacio que une y separa a los participantes. Ese espacio, aparentemente vacío, va adquiriendo texturas. Los movimientos de fuerzas invisibles comienzan a hacerse sensibles, y por lo tanto maleables. Como todo entrenamiento, la práctica va sumergiéndose en niveles más profundos de dificultad. Primero uno reacciona a un movimiento concreto, por ejemplo un puño que se lanza a la embestida, con una respuesta mecánica, ajustada a una coreografía predeterminada. En un estadio mas avanzado uno responde anticipándose a la intención, interpretando sensiblemente la energía. En este nivel es imposible diferenciar la causa del efecto, el estímulo de la reacción. Las artes en sus formas más perfectas llegan a ejecutarse sin contacto físico visible. La técnica, una vez bien incorporada, ya no se nota. Ilustremos en un ejemplo el cambio en la percepción y evaluación de la realidad.
Tom es un paciente psicótico de 22 años, que acaba de ser internado en el hospital. Viene acompañando de un aura de indestructibilidad. Tom es alto y esbelto, su cuerpo es elástico y cuidadosamente trabajado. Durante su adolescencia, Tom ha sido campeón de lucha de la categoría Juvenil en el Estado de Nueva York. Si bien su expresión no refleja ninguna emoción y se muestra amable y mesurado en su conducta, Tom ha sido trasladado de otro hospital por sus exabruptos emocionales. Había sido capaz de destruir a puñetazos la sala de reclusión y también había lastimado seriamente a dos de sus enfermeros. Estoy a cargo de completar su historia clínica. La entrevista transcurre en un saloncito de una de las alas del pabellón. Tom es capaz de mantener una conversación fluida e inteligente hasta que su núcleo delirante entra en acción. En ese momento se levanta enojado y se va por el pasillo insultándome a gritos. Unos quince minutos más tarde, me apresto a comenzar un grupo terapéutico en el salón central. Tom, transgrediendo las reglas, irrumpe en la escena. Se dirige hacia mí, furioso, la cara desencajada. Yo estoy cómodamente instalada en una silla. La primero que pienso es en no moverme, quiero evitar que Tom se asuste. Él se detiene casi encima de mí gritando; yo escucho. Cuando termina su discurso de quejas e insultos y comienza a retirarse, hago un comentario con intención tranquilizadora. Esta intervención sirve para avivar el fuego y Tom vuelve a embestir. Finalmente se retira y pretendo continuar con el grupo, pero al mirarlos, descubro que están todos paralizados, algunas bocas abiertas. Los ojos de mi coterapeuta parecen salirse de sus órbitas. Nadie reacciona. Al ver el susto y el miedo del grupo, yo me asusto por primera vez. Allí me doy cuenta de que Tom pudo haberme lastimado. Me angustio pensando que mi vieja y conocida señal de alarma no ha funcionado. Me quedo pensando en la situación. Vuelvo a evocar mentalmente la escena en cámara lenta: veo a Tom dirigirse hacia mí con ferocidad, pero casi con igual nitidez vea su energía disiparse en la dirección opuesta. En términos de aikido, no constituía una verdadera amenaza. Sin embargo es difícil estar segura; me encuentro a dos aguas, entre dos estilos de respuesta, uno que acabo de descubrir y cuya eficacia todavía no puedo garantizar, y aquel otro aprendido durante toda la vida, no por ello más efectivo. Cuando, preocupada, interrogo a mi maestro de aikido respecto de lo acontecido, él responde visiblemente orgulloso: “¿Te lastimó? ¿Se lastimó? ¿Lastimó a alguien? ¿Se fue tranquilo? Al evitar la pelea, se restableció la calma, por lo tanto, no hay problema”.
Claro que quedaban muchos interrogante en el aire. ¿Qué habría pasado si Tom hubiera lanzado una bofetada, estando mi cara tan al alcance de su mano?. Mi maestro insiste en asegurarme que hubiera encontrado una respuesta. Yo sigo incrédula, recurro a los antiguos parámetros, me veo mujer, pequeña, indefensa, mirando hacia arriba a mi supuesto atacante. De pronto, mientras navego por tales pensamientos, mi maestro lanza su mano hacia mi rostro sin previo aviso. Como en un sueño la veo venir y suavemente, con un movimiento rotatorio, casi como haciendo el gesto de quitarme el cabello de la cara, desvío su mano.
Vale la pena preguntarse: “¿Me lo habré creído?” Y la respuesta es “No”. Fue solamente una medida más de lo posible, pero me alegro por ella.
Condiciones de eficacia
Las condiciones de eficacia podrían enumerarme de las siguiente manera.
1) Mantener una tensión-atención “cuerpo-alma-mente” flotante.
De este modo uno evita quedar adherido puntualmente a la literalidad de la situación. El “alma-mente” fuerte es aquella que nunca me detiene y fluye en forma continua. Si el “cuerpo-alma-mente” se detiene en el detalle de la hoja, desaparece el árbol. Si se detiene en la mano que aprieta el cuello, como a veces la vida parece sujetarnos, no hay salida.
2) Atención empática, que permita compenetrarse y “emerger-uno-con”, creando un sistema que incorpore el obstáculo.
3) Interpretación adecuada de la situación, para así instrumentar la respuesta que restablezca la armonía. La interpretación debe incluir una lectura sensible del contexto, del timming, de la intensidad y de la intención. La repuesta nunca debe ser desmedida en relación al estímulo; por el contrario, debe ser cuidadosa y mensurada.
Desandando resistencias
Quisiera en esta ultima parte del trabajo, presentar otro segmento vivencial con el propósito de ilustrar el carácter metafórico que la práctica del aikido representa para mí. El escenario que me brinda para re-pensarme y re-descubrime como persona-mujer-terapeuta, en la vida.
Bob es un compañero de aikido, con varios años más de experiencia y de mayor rango que yo. Hace varias semanas que nos elegimos para trabajar juntos. La práctica es muy intensa, especialmente desde lo emocional. Hay un obstáculo que tengo que superar para animarme a caer rodando. El aikidoísta, cuando es arrojado hacia adelante, rueda para neutralizar la caída y recuperar de este modo la armonización “cuerpo-alma-mente”. Para que ello ocurra, es esencial no resistirse a la energía del sistema. Armada en la resistencia, no logro traspasar la dificultad. Esta se ve acrecentada por la particularidad del arte que intentamos ejecutar. Su nombre es “el arte fantasma”. Bob desaparece para mis sentidos en el preciso instante en que creo alcanzarlo. Parece que está, pero “ya no está”… Siento un vahído insoportable, mi centro de gravedad pierde su base, el corazón parece escapárseme por la boca. Evoco sin querer otras imágenes. Pienso en mi llegada a Estados Unidos, recuerdo cómo Buenos Aires se me desaparecía al igual que mi nueva casa, que “nunca estaba donde la buscaba”. Una vez perdí la calle que todas los días me llevaba al trabajo, porque sorpresivamente había florecido la primavera y ya no reconocí las cuadras con sus jardines ahora rebosantes de flores. Recordé también otras desapariciones mas “fantasmales” aún……
Bob me mira con detenimiento, yo miro a Bob e intento descubrir qué hay en su expresión. Bob parece enamorado, y tal vez lo esté, pero no de mí, sino a través de mí. Esta enamorado de la “falta” que ve en mí. Él mira a través de mí, soy su caleidoscopio. Como confío en él, me divierte que mi falta estimule su potencia. Dejo mi “falta” vacía, sin pretensión. Sé que ella encierra la esperanza de algo que “puede ser”. De esta interacción tan particular surge un espacio interesante de creación y aprendizaje. Bob quiere enseñarme a “cabalgar” la energía generada en el sistema que conformamos. Se asombra: “¿Cómo puede ser que te dé pánico lo que a mí más me fascina?”. Bob busca para que ya encuentre, y en el camino también él encuentra. Yo siento, encuentro y finalmente entiendo: “Si pierdo el centro, qué importa. ¡Si mi “cuerpo-alma-mente” no se detiene, si sigo a mi centro, no lo pierdo!” Entonces ya no caigo, vuelo… Y terminando el anillo que forma mi cuerpo en el aire, vuelvo a posarme, liviana, más liviana, entera en cuerpo y alma; feliz de haber desandado la resistencia. Bob comparte mi alegría. Yo aprendí a volar; él creó una poesía, que en sus versos finales dice: “… porque la flor que resiste la caída, muere capullo”.
La poesía de BOB
there is this…
two
connected
by currents of Ki
uke astride
the earthward flow
soon joins
the arms of gravity
nage sustained
on other currents
floats
within the same embrace
there is this…
one
separated by currents of fear
earth-mother
slaps you
at the pretense
of a roll
to wake
the blossom
for the flower
hugging itself
lies a bud
Bibliografía
– Hyama Joe. Zen in the Martial Arts. Bantam Books, New York, 1982.
– Rood William. Ki, a Practical Guide for Westerners. Japan Publications Inc. Tokyo-New York, 1986
– Strazzi Heckler R. Aikido and the New Warrior. North Atlantic Books, California, 1985.
– Watts Alan. Psychotherapy East and West. Random House Inc. New York, 1961.
– Watts Alan. El Futuro del Extasis. Editorial Kairos, S.A. 1982.
– Winnicot, D. Realidad y Juego. Granica Editor, 1972.